Este año conmemoramos
el 150 aniversario de su nacimiento (02-01-1873). También conmemoramos el
centenario de su Beatificación (29-04-1923) por el Papa Pio XI. Con este
motivo, el Papa Francisco lo ha declarado, Año Jubilar hasta el 7 de enero de
2024.
En 1997 el Papa
San Juan Pablo II la proclamó Doctora de la Iglesia, otorgándole el título de
Doctora del Amor.
SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS
“En el Corazón de la Iglesia, que es mi madre,
yo seré el amor” (Santa Teresita de Lisieux)
Teresita murió en 1897.
En 1923 sería beatificada por el Papa Pío XI, y en 1925 la canonizó, y la
proclamaría después patrona universal de las misiones. La llamó “la estrella de
mi pontificado”, y definió como “un huracán de gloria”, el movimiento universal
de afecto y devoción que acompañó a esta joven carmelita. Fue proclamada “Doctora
de la Iglesia” por San Juan Pablo II, el 19 de Octubre del 1997, el día de las
misiones.
María Francisca Teresa
Martin Guérin nació en1873 en la calle Saint-Blaise de Alençón, Normandía, al
noroeste de Francia, el 2 de enero de 1873, hija de Luis Martin y María Celia
Guérin (canonizados el domingo 18 de octubre de 2015). De esta unión nacieron
nueve hijos, de los cuales cuatro murieron a temprana edad; solo sobrevivieron
cinco niñas: María (1860-1940), Paulina (1861-1951), Leonia (1863-1941), Celina
(1869-1959) y Teresa, que fue la menor. Todas ellas abrazarían después la vida
religiosa. Tuvo una infancia muy feliz. Sentía gran admiración por sus padres:
“No podría explicar lo mucho que amaba a papá, decía Teresa, todo en él me
suscitaba admiración”.
Cuando sólo tenía cinco
años, su madre murió, y se truncó bruscamente su felicidad de la infancia.
Desde entonces, pesaría sobre ella una continua sombra de tristeza, a pesar de
que la vida familiar siguió transcurriendo con mucho amor. Es educada por sus hermanas,
especialmente por la segunda; y por su gran padre, quien supo inculcar una
ternura materna y paterna a la vez.
Con él aprendió a amar la
naturaleza, a rezar y a amar y a socorrer a los pobres. Cuando tenía nueve
años, su hermana, que era para ella “su segunda mamá”, entró como carmelita en
el monasterio de Lisieux. Nuevamente Teresa sufrió mucho, pero, en su
sufrimiento, adquirió la certeza de que ella también estaba llamada al Carmelo.
Durante su infancia
siempre destacó por su gran capacidad para ser “especialmente” consecuente
entre las cosas que creía o afirmaba y las decisiones que tomaba en la vida, en
cualquier campo. Por ejemplo, si su padre desde lo alto de una escalera le
decía: “Apártate, porque si me caigo te aplasto”, ella se arrimaba a la escalera
porque así, “si mi papá muere no tendré el dolor de verlo morir, sino que
moriré con él”; o cuando se preparaba para la confesión, se preguntaba si “debía
decir al sacerdote que lo amaba con todo el corazón, puesto que iba a hablar con
el Señor, en la persona de él”.
Cuando sólo tenía
quince años, estaba convencida de su vocación: quería entrar en el Carmelo
Descalzo de Lisieux. Pero al ser menor de edad no se lo permitían. Entonces
decidió peregrinar a Roma y pedírselo allí al Papa. Le rogó que le diera permiso
para entrar en el Carmelo; él le dijo: “Entraréis, si Dios lo quiere”. “Tenía
-dice Teresa- una expresión tan penetrante y convincente que se me grabó en el
corazón”.
En el monasterio vivió
dos misterios: la Infancia de Jesús y
su Pasión. Por ello, solicitó llamarse
sor Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. Se ofreció a Dios como su
instrumento. Trataba de renunciar a imaginar y pretender que la vida cristiana
consistiera en una serie de grandes empresas, y de recorrer de buena gana y con
buen ánimo “el camino del niño que se duerme sin miedo en los brazos de su
padre”.
“Siempre he
deseado -afirmó en su autobiografía Teresa de Lisieux- ser una santa, pero, por
desgracia, siempre he constatado, cuando me he parangonado a los santos, que
entre ellos y yo hay la misma diferencia que hay entre una montaña, cuya cima
se pierde en el cielo, y el grano de arena pisoteado por los pies de los que
pasan. En vez de desanimarme, me he dicho: el buen Dios no puede inspirar
deseos irrealizables, por eso puedo, a pesar de mi pequeñez, aspirar a la santidad;
llegar a ser más grande me es imposible, he de soportarme tal y como soy, con
todas mis imperfecciones; sin embargo, quiero buscar el medio de ir al Cielo
por un camino bien derecho, muy breve, un pequeño camino completamente nuevo.
Quisiera yo también encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, porque soy
demasiado pequeña para subir la dura escalera de la perfección”.
A los 23 años
enfermó de tuberculosis; murió un año más tarde en brazos de sus hermanas del
Carmelo. En los últimos tiempos, mantuvo correspondencia con dos padres
misioneros, uno de ellos enviado a Canadá, y el otro a China, y los acompañó
constantemente con sus oraciones por las misiones. Por eso, Pío XII quiso
asociarla, en 1927, a san Francisco Javier, proclamándola Patrona universal de
las Misiones.
Recopilación
y síntesis de varios textos recogidos de internet
José Manuel Granados Rivera
SEGUNDA LECTURA
De la Narración de la vida de santa Teresa del Niño
Jesús, virgen, escrita por ella misma
(«Manuscrits autobiographiques», 1957,
227-229)
EN EL CORAZÓN DE LA IGLESIA, QUE ES MI MADRE, YO SERÉ El AMOR
Teniendo un
deseo inmenso del martirio, acudí a las cartas de san Pablo, para tratar de
hallar una respuesta. Mis ojos dieron casualmente con los capítulos doce y
trece de la primera carta a los Corintios, y en el primero de ellos leí que no
todos pueden ser al mismo tiempo apóstoles, profetas y doctores, que la Iglesia
consta de diversos miembros y que el ojo no puede ser al mismo tiempo mano. Una
respuesta bien clara, ciertamente, pero no suficiente para satisfacer mis
deseos y darme la paz.
Continué leyendo
sin desanimarme, y encontré esta consoladora exhortación: Aspirad a los dones
más excelentes; yo quiero mostraros un camino todavía mucho mejor. El Apóstol,
en efecto, hace notar cómo los mayores dones sin la caridad no son nada y cómo
esta misma caridad es el mejor camino para llegar a Dios de un modo seguro. Por
fin había hallado la tranquilidad.
Al contemplar
el cuerpo místico de la Iglesia, no me había reconocido a mí misma en ninguno
de los miembros que san Pablo enumera, sino que lo que yo deseaba era más bien
verme en todos ellos. En la caridad descubrí el quicio de mi vocación. Entendí
que la Iglesia tiene un cuerpo resultante de la unión de varios miembros, pero
que en este cuerpo no falta el más necesario y noble de ellos: entendí que la
Iglesia tiene un corazón y que este corazón está ardiendo en amor. Entendí que
sólo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia y que, si faltase
este amor, ni los apóstoles anunciarían ya el Evangelio, ni los mártires
derramarían su sangre. Reconocí claramente y me convencí de que el amor
encierra en sí todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos
los tiempos y lugares, en una palabra, que el amor es eterno.
Entonces,llena de una alegría desbordante, exclamé:«Oh Jesús, amor mío, por fin he
encontrado mi vocación: mi vocación es el amor. Sí, he hallado mi propio lugar
en la Iglesia, y este lugar es el que tú me has señalado, Dios mío. En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor;
de este modo lo seré todo y mi deseo se verá colmado.»
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