ESCRUTAR LAS ESCRITURAS
Dice San Agustín: “Cuantos aman a Dios y por su piedad son mansos, buscan en estos libros la voluntad de Dios. Primero los leen para conocerlos, después escudriñan cuidadosamente lo que dicen, ya sean reglas de vida ya sean reglas de fe”.
San Pablo dice: “Toda Escritura es inspirada por Dios y es útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia, a fin de que, el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para toda obra buena”(2Tim 3,16-17).
Y el evangelista San Juan dice: Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de sus discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20,30-31).
Jesús dice:" Escudriñad las Escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna, porque ellas hablan de mí "(Juan 5,39).
ACLARACIONES: Toda Escritura es inspirada por Dios (2Tim 3,16)
Prejuicios sobre el A.T.- En el A.T. se habla de un Dios justiciero, lejano, terrible y cruel. Muchos de sus libros hablan de guerras, violaciones, crímenes, divorcios, prostituciones, poligamia, etc. Sin embargo, en el N.T. se habla de un Dios misericordioso, compasivo y cercano, ¿Cómo se compagina esto?
- De principio decimos que, no se puede entender el N.T., ni a Jesucristo sin el A.T. y la Historia del pueblo de Israel.
- Jesucristo es un árbol que florece en el N.T. pero que tiene sus raíces en el A.T., en toda la Historia de un pueblo.
- El A.T. es una “Alianza de amor de Dios con Israel”, alianza que Israel quebranta muchas veces y que Dios renueva continuamente. En la plenitud de los tiempos nos la da cumplida en Jesucristo. Dirá Jesús: "Yo soy la Ley y los Profetas”.
Para llegar a conocer verdaderamente estos libros y descubrir en ellos la verdadera fuente de la vida, es preciso comerlos, degustarlos, y no sólo aprenderlos y saberlos. (Paralelismo con la descripción de una tarta
Dios no escribe, sino que actúa, acontece, se manifiesta
La Biblia no es una serie de normas y leyes que Dios ha dictado para bien vivir, sino que nace como consecuencia y fruto de unos acontecimientos, de unos hechos históricos.
Dios acontece, se manifiesta y llama, de entre todos los pueblos, a uno diciendo: ¡Israel! Éste vuelve la cabeza y se encuentra con Dios que lo ha elegido, que cambia el rumbo de su vida, lo libera de la esclavitud de Egipto por medio de Moisés y le encomienda una misión: dar a conocer el nombre de Dios a todas las naciones.
El Génesis: los 11 primeros capítulos del Génesis son un preámbulo a la Historia de la Salvación. Dios crea al hombre para que sea feliz, someta la tierra y reine sobre todo lo creado. Todo lo creado por Dios es bueno. Pero el hombre se separa de Dios (Adán y Eva), descubre la muerte ontológica del ser, no se siente amado. Al separarse de Dios, se separa del hombre(Caín mata a Abel)... El Diluvio es el símbolo de que toda la humanidad queda sumergida en las aguas de la muerte, del pecado; que se encamina hacia la destrucción: Babel, guerras, odios, etc.
Sin embargo, Dios saca del pecado del hombre, la salvación y la vida a través de las promesas hechas a Adán y a Eva, a Caín (no tocarlo), a Noé (“No permitiré que la humanidad perezca”, y pone como señal el Arco Iris).
Después de este preámbulo, en el que se presenta la caída progresiva de la humanidad, Dios pone en marcha su plan de Salvación para cumplir las promesas hechas a Adán, Caín, Noé, etc., por las que salvará a la humanidad. Esta historia tiene su comienzo en Abraham. Después Dios elige a Israel del que se deja conocer progresivamente a través de señales y prodigios. Con la aparición de Jesucristo se llega a la plenitud y al cumplimiento de todas las promesas de la Historia de la Salvación.
Dice el gran liturgista, Farnés: “Hoy conocemos mejor que ayer, cómo toda la historia santa, camina hacia Cristo.
Las grandes etapas de la historia de la salvación no se comprenden ya como pequeñas anécdotas aisladas, sino que se sitúan en su dinamismo hacia la Pascua del Señor y hacia la Parusía final. La marcha de Israel por el desierto -por poner un ejemplo-, se ve de nuevo, según la más genuina tradición de los Padres, como figura e inicio del caminar hacia la libertad total, libertad iniciada por la humanidad con la victoria de Cristo sobre la peor de las esclavitudes, la muerte, y libertad, cuya realización completa, espera la Iglesia en la parusía, cuando la humanidad entera sea liberada de la esclavitud de la muerte (Cf. Rm 8,21). Bajo esta perspectiva, leer hoy las luchas y dificultades de Israel por el desierto no es para la comunidad eclesial, anécdota del pasado, sino contemplación del presente y profecía del futuro.
Existe un dinamismo interno que invade todo el conjunto de la historia de la salvación, dinamismo que adquiere un relieve especial en los salmos.
Los Salmos, aunque fueron escritos para situaciones concretas y como súplicas para crisis determinadas o acciones de gracias por victorias singulares, deben colocarse en el dinamismo total de la historia de la salvación; situados así, sobrepasan las limitadas fronteras de un personaje concreto, de una época determinada o de unas circunstancias precisas, y adquieren su sentido más pleno de oración por las luchas del vivir cotidiano o de contemplación profética ante la victoria final de la humanidad.
Hay que saber contemplar y vivir las situaciones concretas de los salmistas y apropiarse, incluso sus mismas expresiones, como oración que nos lleva a una liberación superior, a aquella de la que ellos nos hablan literalmente; hay que saber entrever, en las victorias que canta el salmista, la profecía de la victoria pascual que la Iglesia contempla realizada en Cristo y de la cual suplica participar al fin de los tiempos.
Los apóstoles, como aparece en los primeros discursos de los Hechos, anunciaban a Cristo resucitado, casi siempre, a partir de la contemplación de los Salmos, en los que leían ya la victoria del Señor (Cf. Hch 2,25-28; 2,34-35; 4,25).
No obstante lo dicho, hay que recordar que, la incorporación a este dinamismo de la historia de la salvación a través de los salmos, no siempre resulta fácil, sobre todo, para quienes han vivido una espiritualidad poco bíblica y poco pascual.
Si, por el contrario, nos sumergimos en el dinamismo de la historia de la salvación, mirándola en conjunto, como una acción única que va progresando a través del tiempo, al contemplar las primeras maravillas realizadas por Dios para salvar a su pueblo, fácilmente decubriremos en ellas los primeros pasos de una liberación que luego fue progresando hasta llegar a su culminación en Cristo.
Colocados en el interior de este dinamismo, no resultará difícil contemplar en la victoria del rey de Israel sobre sus enemigos, el preludio de la victoria de Cristo sobre la muerte; en el fin del exilio de Babilonia, la profecía de la liberación de toda clase de destierros; en la destrucción de los pueblos enemigos, el anuncio de la aniquilación definitiva de todo poder enemigo de Cristo y del hombre: dolor, pecado, muerte, etc.” (P.Farnés. Moniciones y Oraciones sálmicas para Laudes y Vísperas. Introducción, pp.10-12. Ed.Regina. Barcelona, 1983).
Dice el Apocalipsis que este libro está sellado con siete sellos y que todos lloran porque nadie es capaz de abrirlo ni leerlo. Pero aparece un cordero degollado, Jesucristo, y se le da poder para abrir el libro y sus sellos.
Las Escrituras, sin más, son como un esqueleto, sin vida, son letra muerta. Para recobrar la vida necesitan un cuerpo con carne y tendones. Ese cuerpo es la Iglesia, un pueblo que tiene el Espíritu de Jesucristo resucitado y que es testigo de los acontecimientos que allí se narran. Para un pagano, las Escrituras no pasan de ser un libro más en el que se narran muchos acontecimientos heroicos y ejemplos sublimes como el de Jesucristo, que da la vida por sus enemigos. Pero para él eso no es relevante. Puede que se sienta cautivado por la belleza literaria, pero nada más
Estas Escrituras recobran vida en aquellos en quienes se cumplen. Y pueden cantar y llorar, vivirlas y gozar con ellas porque las sienten como un bálsamo en su corazón, como una realidad experimentada. Porque los acontecimientos que aquí se narran son acontecimientos de alguien que ha actuado también en ti.
Si cuando se proclaman no te dicen nada, échate a temblar, porque es señal de que estás fuera de ellas. Si por el contrario, notas que te dicen algo, que se cumplen en tu vida, alégrate y canta con júbilo!
Esto es lo que hacemos cada Domingo en la Iglesia tras la proclamación de la Palabra de Dios. Respondemos con un canto y testificamos que esta palabra es verdadera.
Las Escrituras, sin una Iglesia, sin un pueblo que es testigo de ellas, son letra muerta. Las Escrituras hay que leerlas todos los días porque son el alimento del creyente. En ellas están escritas nuestras vidas y en ellas podemos encontrar la solución de todo cuanto nos sucede. Por esta razón, conocer las Escrituras es conocerse uno a sí mismo. De aquí que tengamos que vivir en continuo contacto con ellas, procediendo con mucha humildad, con objeto de que el Espíritu Santo nos vaya adoctrinando.
Los Padres Orientales dicen que este libro exorciza. Aunque tú no lo entiendas, los demonios lo entienden y huyen. Las Escrituras serán el consuelo mayor de tu vida y te moverán a la oración.
El Concilio Vaticano II dice que la verdadera renovación de la Iglesia vendrá cuando este libro se convierta en el libro de oración de todos los cristianos, como lo fue para los Padres de la Iglesia, quienes practicaban, muy a menudo, la “Lectio divina” en sus comentarios bíblicos.
LA “LECTIO DIVINA” no consiste en una serie de conocimientos o explicaciones de la Sagrada Escritura, sino en una “experiencia sapiencial”. Se trata de hacer oración a través de una lectura de la Biblia.
_¿Cómo puedes saber tú que has hecho “ Lectio Divina”?
-Cuando se dibujen en tu corazón los rasgos del Verbo Encarnado. Para ello hace falta que entre en acción el actor principal que es el Espíritu Santo. Solamente si el Espíritu Santo te muda el corazón podrás mirar con ojos nuevos y oir con oídos nuevos, para descubrir la clave de la “lectio divina” que no es otra que el Señor Jesús.
El Espíritu Santo se te dará para que descubras, desde lo escrito y desde la letra, las señales e indicios del rostro y de la presencia de Cristo. De este modo podrás leer con transparencia la Biblia. La “Lectio Divina” presupone la fe. Después será la fe la que mueva la razón.
Los Santos Padres y los Monjes medievales vivieron seguros de esta verdad: “Cuando tú lees la Biblia con fe y con constancia, ella va dejando caer, poco a poco, su velo literal e histórico y comienza a descubrirte el acontecimiento espiritual único que encierra: “Jesús, el Hijo de Dios”
Tres actitudes de la persona orante
-Deseo de descubrir el rostro de Cristo a través de las palabras de la Biblia.(Momento alegórico).
-Voluntad de dejarse transformar por Dios, de convertirse en una nueva criatura, en un hombre nuevo.(Momento moral).
-Decidida orientación hacia el futuro de Dios.(Momento anagógico).
La “Lectio Divina” la practicaron mucho los primeros Carmelitas. Alimentados con la Palabra de Dios, se fortalecían con pensamientos santos, y procuraban vivir en obsequio de Jesucristo.
En el s. XII, el abad Guigón trató de explicar los varios momentos de la “lectio divina” valiéndose de la imagen de los cuatro peldaños de una escalera que se apoya en la tierra y llega al cielo. Estos cuatro peldaños son: lectura, meditación, oración y contemplación. La lectura lleva a la boca la comida sólida. La meditación la mastica. La oración la saborea. La contemplación la degusta y se recrea.
La “Lectio Divina” trata de esculpir el rostro de Cristo en tí, que vives hoy, que sufres hoy, que esperas hoy. “Toda la Sagrada Escritura constituye un solo libro y este único libro es Cristo porque toda la Escritura habla de Cristo y en El encuentra su cumplimiento” (Hugo de San Victor)
Método para la “lectio Divina”:-Se comienza con una oración al Espíritu Santo. Recuerda que la palabra que vas a leer está llena de la presencia de Dios. El Espíritu Santo guiaba al autor sagrado mientras escribía y ahora te guía a tí para que la comprendas.
Cuatro momentos de la “Lectio Divina”.
LECTURA del texto (Lectio).
Lee el texto despacio y con cuidado. Si es posible en voz alta, mejor. Quédate un momento en silencio; deja que la Palabra de Dios cale en tu corazón. Permanece en actitud de escucha. Es Dios el que te está hablando. Trata de averiguar su mensaje. Pregúntate: ¿Qué dice el texto?
MEDITACION (Meditatio).
Reflexiona y medita sobre el texto leído. Rúmialo y dialoga con él. Escudriña y profundiza el texto buscando los lugares paralelos en la Biblia. Trata de extraer el mensaje oculto en el texto sagrado. Confróntalo con tu vida y pregúntate: ¿Qué me dice a mí hoy este texto?
Cuando hacemos la “Lectio Divina” en Comunidad, podemos reunirnos para compartir los frutos que hemos obtenido. A este modo de proceder lo llamaban los Monjes, Collatio.
ORACION (Oratio).
Devolvemos a Dios la Palabra recibida. Hasta este momento ha sido Dios quien nos ha hablado a través de su Palabra. El ha tenido la iniciativa,” nos ha amado primero”(1Jn 4,10.19). Ahora te toca a tí responderle mediante la oración de alabanza, de acción de gracias, de súplica o de petición. Puedes hacerlo con sus mismas palabras; por ejemplo, recitando un Salmo. Así oraba muchas veces Jesús.
CONTEMPLACION (Contemplatio).
La Contemplación es el último grado de la “Lectio Divina”; es su punto de llegada. Pero esta llegada se convierte en descanso para un nuevo comienzo.
La Contemplación es un don de la Oración. Dios, en su bondad, nos alcanza, envuelve nuestra vida en su misterio, y aprendemos a pensar según Dios, a mirar las cosas con la mirada de Dios y a amar a la humanidad con el corazón de Dios. El contemplativo vive los dramas de la historia desde una perspectiva pascual. Allí donde los ojos del hombre sólo ven la desfiguración del rostro humano, el contemplativo ve la reconciliación en la sangre del Hijo de Dios, la manifestación de la Muerte y Resurrección de Jesucristo. Por ello el contemplativo está en condiciones de hacerse cargo de todos los dramas de la historia y de poder anunciar a la humanidad la Buena Noticia de la Salvación. Sabe muy bien que el Señor no permitirá que el santo vea la corrupción ni que la última palabra la tenga la muerte.
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